PASCUALINO, SIETE BELLEZAS de Lina Wertmuller
WERTMULLER Y EL HORROR
Posiblemente, más que siete bellezas el film debió llamarse Siete Horrores, y no creo equivocarme si ello responde a una deliberada intención satírica de su realizadora. Porque lo que Lina Wertmuller se propone aquí es una amarga visión de todas las lacras (miseria, guerra, prostitución, crimen, genocidio, traición) que afectan a la humanidad, sin entrar en profundos análisis de causas, sino más bien denunciando un solo causante: La propia debilidad y estupidez humana.
El enfoque es simple: un personaje y sus circunstancias, presentando la metamorfosis de un hombre golpeado por la humillación y la miseria, pero también la representación de un ansia de vida que se impone sobre toda desgracia.
Todo el film con su carga de pesada tristeza, en su cerrado pesimismo, está alumbrado por esa tenue luz de la ilusión, por ese canto optimista que es el amor por la vida, aún en su desencantado final.
Y en la delineación de ese personaje es donde estos conceptos adquieren su máxima fuerza. La habilidad de la Wertmuller radica en su exacta descripción de Pascualino, y en su perfecta inserción en el tiempo y el espacio. El personaje adquiere veracidad, calor humano, fuerza dramática. La época se transforma en el campo propicio para la crítica histórica.
Los logros de la directora italiana no terminan allí. Dejando de lado “Mimí Metalúrgico” que respiraba este mismo desencanto pero sin la misma profundidad conceptual, es en “Amor y Anarquía” donde se puede encontrar las puntas del ovillo para apreciar la evolución de un estilo que en ésta última obra, prácticamente, llega a su punto culminante. La búsqueda expresiva de Wertmuller es continua, comenzando por la fotografía de Tonnino Delli Colli, cargado de esfumados grises que dan el marco estético adecuado a una realización prolija y ambiciosa; siguiendo por la ruptura de la narración lineal, enhebrando la historia como un collage de recuerdos que no pierden su hilación en el tiempo. Pero fundamentalmente, esta búsqueda, llega a la afirmación de un estilo, en el pleno logro de grotesco, en la utilización de primeros planos donde la versatilidad de Giancarlo Giannini brilla con esplendor en una actuación de ribetes antológicos. En sus gestos y ademanes están presentes todos y cada uno de los estados de ánimo por los que atraviesa su personaje. Por el domino de esa cara y ese cuerpo por parte del actor, y por la utilización que la directora hace de ese instrumento que es el actor, el grotesco se representa con la fuerza un estilo acabado.
La música juega otro papel importante en la contradicción, en el contrapunto que ofrece con la imagen para hacer nacer desde los primeros cuadros el ritmo satírico despiadado que la Wertmuller impone.
Por último, el film tiene los méritos suficientes como para guardar el equilibrio entre arte e industria, o sea, el magnetismo de una historia que sin hacer demasiadas concesiones puede llegar a todo tipo de público, y lograr tocar tanto sus sentimientos como inducir la reflexión en su intelecto.
En síntesis, gran film que marca el éxito no solo de una realizadora, ya que solo pude ser el producto de un momento genuino de inspiración creadora, sino el de todo un cine, el italiano, con todo su bagaje de pintorequismo y representatividad popular tan caracterizado a través de este tipo de tragicomedias.