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SKYFALL de Sam Mendes


FOR KING AND COUNTRY No es descabellado afirmar que Skyfall puede llegar a ser la mejor película de la serie Bond. Al menos, es el film más denso y complicado de todas ellas en cuanto argumento, es el más pretencioso en términos estéticos y estilísticos, y es el más ambicioso en términos de producción. Vayamos por partes. Bond, el personaje, esta vez, más allá del superhéroe, está tratado como un ser humano. Es cierto que Bond es un Agente Secreto al Servicio de su Majestad, que es un Doble Cero, o sea, que cuenta con licencia para matar, y obviamente, también es cierto que será el héroe del nuevo film, pero esta vez, la búsqueda no estará concentrada solamente en la detección o el aniquilamiento del villano, sino en el encuentro de la madre. Porque Skyfall es una película sobre la orfandad. Sobre la anarquía de los tiempos presentes, sobre la violencia ejercida por las organizaciones terroristas contra un orden establecido precario y fugaz. Sobre la falta de estadistas mundiales que asuman verdaderos liderazgos y sobre la confusión general reinante. “Pronto tu pasado será tan inexistente como tu futuro.” Le dice M a Silva, el villano de la película. Desde el inicio mismo, Bond aparecerá desde un foco de luz enceguecedora, y su silueta se moverá de manera amorfa a través de un tenebroso pasillo, mientras la cámara se detendrá en un primer plano de sus ojos que no verán otra cosa que la escena del crimen en un cuarto oscuro, donde está terminando de morir un agente británico. El asesino no se ve, no se percibe, acaso se mueve como un fantasma. La amenaza está en estado latente, nunca a la vista. Más adelante, M afirmará: - “Supongo que yo veo el mundo distinto. Y la verdad es que lo que veo, me atemoriza. Me atemoriza porque nuestros enemigos son desconocidos. Ellos no existen en el mapa. No son naciones... Son individuos. Vean alrededor, a quién le temen? A un rostro, un uniforme, una bandera? Nuestro mundo ya no es más transparente, ahora es opaco. Está en las sombras, ahí debemos pelear.” Bond y su villano: Tiago Rodríguez, alias Silva, un estupendo trabajo de Javier Braden, son las dos caras de una misma moneda. Dos huérfanos en busca de una madre (M) que los ha abandonado porque siempre ha entendido que un valor superior (los intereses de la madre patria) se ha superpuesto sobre sus derroteros individuales al servicio secreto de su majestad. Pero si en Bond prevalece la responsabilidad del deber, en Silva prevalece el odio del abandono y la necesidad de venganza. Silva parece una versión bondiana de un Joker escapado de Ciudad Gótica. Cuando Bond encuentra a Silva, éste le relata un cuento acerca de la isla desierta donde habita: Mi abuela tenía una isla. Un verano fuimos a visitarla y descubrimos que estaba infestada de ratas. Llegaron en un bote y se alimentaron de cocos. Cómo sacas a las ratas de una isla? Mi abuelo me mostró cómo. Enterramos un bidón y levantamos la tapa. Le pusimos coco a la tapa. Las ratas se precipitaban por los cocos y... caían en el bidón y después de un mes atrapamos a todas las ratas. Pero luego que haces? Lanzas el bidón al océano? Lo quemas? No, … las dejas vivir. Entonces les da hambre... y una por una... se devoran entre sí, hasta que solo quedan dos al final. Dos sobrevivientes. Y luego qué, las sacrificas? No... las tomas y las liberas en la isla. Pero ahora el coco no será su alimento, ellas solo comerán ratas. Les cambias su naturaleza. Dos sobrevivientes, eso es lo que nos hizo. M, Bond y Silva serán esos sobrevivientes de un mundo en descomposición, y obviamente, irán a buscar su final en el pasado, allí en el único lugar donde pueden sentirse seguros porque allí existen las certezas. “A donde vamos?”, le pregunta M a Bond. “Al pasado” le responde Bond: “Allí podremos tener ventaja.” Estéticamente el film es moderno y vuelve a las formas más clásicas del relato de las primeras películas donde la trama importaba más que la acción. Apoyada en las tomas de un fotógrafo excepcional que es Roger Deakins, colaborador habitual de los Hermanos Coen, la fotografía resalta por los contraste permanentes que transforman a Skyfall en un mundo alternativo de luces quemantes y sombras tenebrosas. Pero el film es, además, una película aniversario (50 años) y decide rendir tributos. Por eso, hay algunos auto homenajes. Skyfall es el lugar donde nació Bond. Ese lugar es Escocia, y escoses es Sean Connery, el primer Bond. La vuelta al pasado la emprenderán en el viejo Aston Martín que Bond menajó en Goldfinger (a los efectos de evitar el moderno rastreo satelital). El villano Silva no solo le debe parte de su maldad al Joker de Ciudad Gotica sino también al Zorín de Chistopher Walker de ”A View To Kill”. La belleza de Berenice Marlohe recuerda a la Dominó de “Thunderbolt” y Naomí Harris a la Jinx de Halle Berri. Reaparece, además, Miss Moneypenny. Sin embago, los tributos no se terminan allí. La franquicia, tal vez los nuevos guionistas, o el mismísimo Sam Mendes, el excelente director de Belleza Americana, también homenajea a Orson Welles, inspirándose en “La Dama de Shangai” en la escena que justamente ocurre en Shangai donde los espejos de antaño se transforman ahora en las luces de neón en la noche de los rascacielos de la ciudad asiática, y en el final, la operística llegada de Silva a Skyfall es sobre un helicóptero que sobrevuela las brumas de los Highlands al compas de un tema de los Rolllings como emulando al Capitán Kilgore en Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola. Entonces, la locura se ha apoderado de la apacible Skyfall. Y ya nada volverá a ser igual. Skyfall es una película sobre la pérdida de referencias, de valores tradicionales, en un mundo violento y cambiante.


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