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JACKIE de Pablo Larraín


SOBRE EL DOLOR Y LA AMBICIÓN El 22 de Noviembre de 1963, el Presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzgerald Kennedy fue asesinado en la ciudad de Dallas, Texas, en momentos que realizaba una visita oficial a esa ciudad. Una semana después, su viuda, Jacqueline Bouvier (Jackie), dio una entrevista exclusiva al periodista Teddy White para la revista Life.

Jackie, la película, es tan solo eso. La narración de los hechos vividos por la viuda de presidente durante la semana posterior a la muerte del mismo hasta los funerales que le dieron cristiana sepultura, y la semana siguiente en la que otorga aquella famosa entrevista para contar los sucesos trágicos vividos en Dallas, Texas donde el sentido de perdida se vuelve absoluto a partir de la muerte de presidente. En esos días, esa mujer no solo se convierte en viuda del presidente asesinado, sino que, además, deja de ser la primera dama de los Estados Unidos, debe abandonar la Casa Blanca como residencia presidencial y sede del hogar familiar, deberá despedirse de todo un cortejo de funcionarios que la acompañan en el quehacer diario de quien era la esposa del presidente, tendrá que buscar una nueva residencia y comenzar una nueva vida. “Jackie” es ante todo una film sobre el dolor de una pérdida irreparable. Pero es también un film sobre la ambición y la construcción de uno mismo. Jackie no fue una mujer común. Había nacido para destacarse y había llegado a un lugar de privilegio. Años antes ya había sufrido pérdidas importantes. Tuvo dos partos en los que fallecieron sus bebes recién nacidos, marcando una vida con los signos de la fatalidad. Lo que rescata la película es la determinación de Jackie de mantenerse incólume ante tanto daño. La metamorfosis que se produce en ella después de los hechos ocurridos es instantánea. Los disparadores de la misma son las propias “Razones de Estado” que determinan la necesidad de sustituir al presidente muerto por su propio vicepresidente. En consecuencia, Lindon B. Johnson debe asumir como nuevo presidente de los Estados Unidos solo horas más tarde de producido el magnicidio y con el cuerpo del presidente yacente aún en el hospital. Esa metamorfosis no solo expresa el íntimo rechazo de la pérdida de su marido, sino también, la necesidad de reconocer y hacer perdurar un proceso político, al mismo tiempo, que inmortalizar el recuerdo de un hombre y sus ideales. En el primer caso, la inmediata asunción de Johnson implica una continuación de la vida de la política, que no obstante el magnicidio ocurrido, encierra un borrón y cuenta nueva en cuanto al estilo de gobierno. De hecho, algunos historiadores observan que si bien Kennedy puso en la agenda temas sociales importantes, años más tarde fue la habilidad política de Johnson quien logró su aprobación en el Congreso. Un presidente que se va, otro que lo reemplaza. El fin de una era, el comienzo de otra. Eso no es un detalle menor en la enorme pérdida de Jackie. Por otro lado está la necesidad de Jackie de que su marido perdure en ella: ahora la viuda del Presidente Kennedy. Consecuencia de ello, y en medio del dolor que siente por la tan reciente pérdida, se hace cargo de asumir la responsabilidad de todos los ritos funerarios que debe tener un hombre de Estado de la magnitud de su marido. Allí aparece no solo la formalidad sino también la propia admiración de ella sobre la figura política de quien fuera su marido, y su necesidad de trascendencia. Al comenzar la década del ´60, Kennedy representaba al profeta del cambio para la generación de los baby-boomers. La Alianza para el progreso significaba la unión económica para toda América Latina. A raíz de ello, Jackie le cuenta al periodista que el tema final de “Camelot”, una comedia musical que vió junto a su marido en Broadway, se ha convertido en una obsesión para ella. Es que Camelot, hace referencia al Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda, el ideal de un mundo sin fronteras entre las naciones. Un lugar idílico de igualdad, justicia y paz. Un rey convertido en leyenda como sinónimo de inteligencia, honor y lealtad, munido de una espada (Excalibur) que representa al poder legítimo. “Ahora nunca volverá a haber otro Camelot” fueron las palabras que utilizó para dar por terminada aquella famosa entrevista. El solo hecho de dar la cara una semana después del trágico suceso, otorgar el reportaje a la Revista Life, muestra en ella una fortaleza espiritual poco común como así también un nivel de ambiciones importantes. No provoca asombro que su vida mundana posterior a estos desgraciados acontecimientos la terminaría transformando en una mujer que fue un verdadero “icono” de su época.El film de Larraín intercala hábilmente imágenes de archivos con la ficcionalización de la famosa entrevista y los preparativos de la mudanza para el abandono definitivo de la Casa Blanca. La relación con sus diversos asistentes y sobre todo con su Jefa de Protocolo muestran un alto grado de confianza y cotidianidad entre ellos. Los resultados de Larraín son cinematográficamente notables pero en el balance final su film resulta tan frio y calculador como la propia Jackie. No obstante, la forma con que encara la película resulta de un interés apasionante dado que la visión que propone no es la de tragedia en si misma sino la de los ecos que la tragedia produce.

jueves, 9 de marzo de 2017

T2: TRAINSPOTTING de Danny Boyle

OPORTUNIDAD Y TRAICIÓN

Danny Boyle debuta en el cine en 1994 con “Tumba a Ras de la Tierra”, después de haber pasado tres años en la televisión británica. Su debut fue auspicioso porque con un film de bajo presupuesto, lograba llamar la atención con un policial negro cargado de un humor también muy negro. Su siguiente film, y el que lo puso en un primer plano de la consideración no solo de la crítica sino también del público, fue Trainspotting. Unos años más tarde llegaría a ganar el Oscar 2009 por “Slumdog Millonaire”.

Trainspotting inauguraba un estilo que ya se insinuaba en su película anterior. Boyle, en este film, narraba en forma vertiginosa e incluso, rompiendo las reglas temporales, como así también confundiendo deliberadamente los registros de realidad y surrealismo. Muchos consideraron que Trainspotting fue en los `90 lo que La Naranja Mecánica en los ´70. La conmoción mundial provocada por el film no tuvo lugar en Argentina dado que la gran censura existente en aquella época impidió que el film de Kubrick se estrenara a la par del resto del mundo. Aquí se vió 14 años después, por lo cual pasó casi desapercibido por las carteleras porteñas despertando tan solo la curiosidad cinéfila. (No obstante, fue un evento cultural que ratificaba los nuevos aires políticos y dejaba abierto un “destape” que caracterizaría a la nueva democracia).

Ahora nos preguntamos si tiene sentido haber filmado T2, la historia actual de aquellos amigos que pasaban sus días en los barrios pobres de la bella ciudad escocesa de Edimburgo, que como en la primera parte, también tiene como propósito ser un sofisticado y enorme video clip para vender la música de una banda sonora extraordinaria, con efecto Dolby mejorado, en lamentables salas llenas de jóvenes que siguen la música al ritmo del crunch-cranch de sus mandíbulas y el lamentable ruido del revoltijo del balde de pochoclo, más allá del silbido de la succión del vaso de gaseosa acompañado del clásico sonido del choque de cubitos en el fondo del mismo.

Más allá de eso, es la historia de cuatro jóvenes viejos. El tiempo transcurre y los recuerdos quedan. Ellos siguen siendo los mismos. No han cambiado. Boyle declara que no interesa tanto lo que sucedió con esos muchachos sino cómo ven ese tiempo pasado desde el presente, como si la nueva consigna fuera reconocerse. En realidad, siguen siendo los mismos pero un poco más viejos. Más que ellos, lo que ha cambiado es el mundo en que viven que, en realidad, los ha dejado más fuera que adentro respecto de aquellos márgenes en que correteaban 20 años atrás.

Si se quiere profundizar, algo que el film apenas permite, dado que su velocidad narrativa imposibilita detención alguna para la reflexión durante su desarrollo, se trata de una película sobre la decepción. En el pasado, 20 años atrás, a estos amigos adolescentes no les importaba nada ni nadie. Ahora, Renton (Ewan McGregor) que los había robado y escapado con el dinero hacia Ámsterdam, vuelve arrepentido a devolverle a cada uno su parte de aquel viejo botín. Además, se ha limpiado de drogas, ya no consume, hace vida sana, y asumirá las veces de un redentor.

Pero el pasado siempre obra como un condicionador del presente. El pasado siempre vuelve, decía Paul Thomas Anderson en Magnolia. Y el pasado está de regreso queriendo aclimatarse a los nuevos tiempos pero imposibilitado por un factor no inclusivo. Este presente, lamentablemente, no admite el cambio generacional.

Spud (Ewen Bremmer), quien es salvado de un suicido por Renton que llega justo a visitarlo, es convencido por este de reiniciar una vida sana y comienza a escribir la historia del grupo. Allí reitera dos palabras: Oportunidad y Traición, como si esas dos palabras sintetizaran la historia del grupo. Es como una muletilla fatídica que los acosa. Siempre hay una oportunidad, pero también siempre hay una traición a la vuelta de la esquina. Esa traición se traslada también a los tiempos que vivimos. El cambio ocurre y otorga la oportunidad. El tiempo transcurre, envejecemos, nos “dejamos estar” creyendo acompañar el tiempo que vivimos, pero ese tiempo corre más rápido que nosotros, se nos adelanta, se nos escapa y nos deja fuera de época.

¿T2: Trainspotting es más de lo que parece? El lujoso envoltorio de video clip que la contiene, la perfección del sonido de la música que acompaña, los personajes borders que la pueblan, la vertiginosidad del ritmo narrativo, las licencias cinematográficas que se toma Danny Boyle para contarla, más los baldes de pochoclo y los tubos de coca cola, hacen que salgamos del cine tarareando música en lugar de pensar lo que hemos visto. Pero… ¿y si nos detenemos un poquito? ¿Queda lugar para la reflexión? ¿O acaso Boyle tuvo una gran oportunidad y sólo terminó con una traición a sí mismo?

Publicado por Carlos Barneda en 12:40 No hay comentarios:

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sábado, 4 de marzo de 2017

LA CHICA SIN NOMBRE de Luc y Jean-Pierre Dardenne

DE LA CULPA PERSONAL A LA RESPONSABILIDAD SOCIAL

Una vez más nos llega una película de los hermanos Dardenne, aquellos belgas que entre fines de un siglo y principios de otro, nos fascinaron con trabajos tales como “La Promesa”, “Rosetta”, “El Hijo” y “El Niño”. Un cine único y casi irrepetible que abreva en el más puro neorrealismo italiano y que ellos lo traen en su formato hacia el presente, rellenándolo con esas historias llenas de vida que constituyen todo un fresco de los problemas sociales de nuestra época.

Los Dardenne trabajan sus obras desde la idea misma del proyecto, elaborando un guión cuidadoso que plasman en una puesta en escena meticulosa en una absoluta búsqueda de realismo no exenta de cierto lirismo. De esta manera de trabajar surge una obra que es siempre testigo de una realidad que caracteriza la sociedad pos industrial de esta época. Seguramente los Dardenne no pueden cambiar drásticamente esta realidad, pero sus personajes, aportan con pequeños gestos o acciones a que esa realidad sea más soportable, más digerible. Ello solo es posible porque el cine de los Dardenne lleva a la solidaridad como agente del cambio.

La cámara de los Dardenne es siempre testigo de las acciones de los protagonistas. La mayor parte de las veces, los sigue directamente, generando un cine de fuerte contenido subjetivo, un cine testigo que hace que nosotros, los espectadores, veamos y conozcamos lo mismo que ven y conocen los protagonista de sus films.

Esta nueva película estrenada esta semana en Buenos Aires no es ajena a ello. Esta vez su protagonista es una joven médica que hace clínica general en Seraing, Bélgica (cerca de la frontera con Alemania), una pequeña ciudad de unos 60 mil habitantes que tuvo su mayor esplendor en el siglo XIX, cuando se descubrieron minas de carbón que dieron lugar a la producción de acero y cristal. Seraing fue una ciudad floreciente hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, momento en que comenzó su declive hasta que a mediados de la década del 70 cerraron las minas y comenzó el cierre de actividades industriales arrastrando enorme problemas económicos y sociales.

La joven médica Adele Haenel, magníficamente interpretada por Jenny Davín (carente de antecedentes cinematográficos como suele suceder en todo el cine de los Dardennes), recibe en su consultorio la visita de dos policías que tratan de identificar el cuerpo de una joven de raza negra que ha sido encontrada muerta la noche anterior. Adele queda conmovida porque la joven tocó el timbre del consultorio esa misma noche y no fue atendida dado que llegó pasada la hora de atención.

Como consecuencia de ello, Adele comienza a generar un proceso de culpa y en consecuencia, trata de aminorar esa culpa tratando de averiguar el nombre de la occisa a los efectos de enterrarla de manera tal que pueda ser identificada. Paralelamente, un adolescente que atiende en su consultorio comienza a experimentar problemas que aparentan más disturbios de conducta que afecciones de tipo clínico. Consecuencia de ello, la película, que hasta allí era una clara muestra de las necesidades médicas asistenciales que tienen los habitantes de esos barrios marginales, comienza a transformarse en un policial estilo “Dardennes”, donde nuestra médica se convierte en una pequeña discípula de Hércules Poirot, y luego en una “monja” al mejor estilo hithcockiano.

Toda la película está guiada por la doctora Adele, yendo de lo particular a lo general, es decir, del sentimiento de culpa personal al involucramiento en el problema social. Ella delante, la cámara de los Dardennes por detrás, siempre atentos observando el cuadro de miseria y pobreza que afecta los márgenes de las ciudades otrora industriales, convirtiendo a su film en una pequeña joya del cine de denuncia, mostrando una y otra vez la ausencia de un Estado que no está al menos donde debería estar (a tan solo 150 km de Bruselas, sede del Parlamento Europeo, una ciudad habitada mayormente por políticos).

Seguramente la falta de atención médica o falta de médicos no sea la denuncia principal de la película. Aquí hay consultorios y médicos, y los pacientes reciben una atención adecuada. Pero lo que falta es contención a los problemas sociales que se presentan derivados de la falta de trabajo estable, agravados por la aparición de extranjeros, la mayoría de ellos personas de raza negra que, provenientes del norte del África u otros países, terminan cayendo en actividades ilegales tales como el tráfico de drogas y la prostitución. No obstante, una y otra vez es la falta de trabajo el común denominador.

Un pequeño film de los belgas pero contundente y eficaz en su denuncia. Los hermanos siguen fieles a sí mismos, construyendo un cine muy personal y de características únicas en el cine actual. Trabajan siempre juntos, son sus propios guionistas, filman en su país de origen, carecen de estrellas consagradas en sus elencos, son económicos en sus puestas en escena y logran filmes interesantes y contundentes en sus denuncias que merecen ser vistos. Es una joya pequeña que luce sin llamar la atención.

Publicado por Carlos Barneda en 12:51 No hay comentarios:

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viernes, 3 de marzo de 2017

EL VIAJANTE de Asghar Farhadi

A Stella G,

Quien siempre me ayuda a entender mejor el mundo de los autores norteamericanos.

LA METAMORFOSIS Y SU GRADUALIDAD

Emad Ethenasi y su esposa Ranaa, una pareja joven sin hijos, viven en Teherán en un departamento que debe ser evacuado porque graves fallas estructurales comienzan a producir grietas en las paredes y el estallido de vidrios y ventanas. Él es profesor de Literatura en una escuela secundaria y por las noches trabaja como actor. Ensaya el papel de Willy Lohan en la puesta en escena de “La Muerte de un Viajante” de Arthur Miller. Ranaa es ama de casa, y también es actriz. Está junto a Emad en la misma obra, y hará el papel de Linda, la esposa de Billy.

Emad es un muy buen profesor. Estimula a sus alumnos con lecturas y preguntas llevándolos a pensar y enseñándoles a cuestionar. Ahora están leyendo “La Vaca” de Gohlam Saedi y un alumno le pregunta como un hombre puede convertirse en una vaca, y Emad le contesta: “Gradualmente”. Esa gradualidad de Saedi parece estar sumamente emparentada a la “Metamorfosis” de Franz Kafka, donde un comerciante de telas se transforma en un insecto, donde pareciera ir desde la pérdida del sentido de lo social hacia el individualismo y egoísmo en su estado más puro.

Ni el edificio con fallas estructurales, ni el teatro de Arthur Miller ni la literatura de Saedi son aspectos decorativos del film sino más bien tres aspectos fundamentales que de manera metafórica utilizará el inteligente guión de Farhadi para reflexionar sobre la realidad de su país, ello es Irán, un país con un territorio inmenso donde viven 80 millones de personas que, a partir de 1979 con la huida del Sah Muhammad Reza Palevi y la instauración de una república islámica con fuerte predominancia en lo religioso, se convirtió en un bastión fuertemente hostil para Occidente en un enclave particularmente estratégico de la producción petrolera. Las características más importantes de esta conversión fueron una concentración enorme del poder en un grupo muy reducido de personas de caracteres fundamentalistas, y sus consecuencias, una disminución de las libertades individuales más básicas de sus habitantes.

Así como “La Vaca” puede hacernos reflexionar sobre la gradualidad de cómo un hombre puede convertirse en una bestia, de la misma manera puede interpretarse que las graves fallas estructurales de un edificio de departamentos pueden ser las grietas que comienza a manifestar un régimen o de una sociedad que no ha logrado despegar a más de 40 años de una revolución sangrienta que los ha aislado en gran medida del mundo. Y de la misma manera encaja el mundo de Arthur Miller. “La Muerte de un Viajante”, que tal vez sea la obra más paradigmática de toda su literatura, cuestiona fuertemente el “modo de vida americano”, aquel que alude a la consecución de ciertos valores como formar una familia, tener la casa propia, y dar educación a sus hijos como metas fundamentales de la realización personal. Es en ese “viajante” que Willy Lohan, su inmortal creación teatral, no pudiendo alcanzar los objetivos del sueño americano, termina por corromperse y finalmente se suicida.

El proceso que Emad desarrolla en la película de Farhadi es similar. En el comienzo, es un hombre ejemplar. Buen marido, excelente profesor durante el día, talentoso actor durante las noches de teatro, inicia un “gradual” proceso de metamorfosis en su diario actuar producto de la falta de contención que le genera un medio que le es directamente hostil.

Obviamente, al promediar la película, ocurre un suceso que no vamos a mencionar que da comienzo a los cambios en su accionar y sus convicciones comienzan paulatinamente a trastrabillar, hasta encontrarnos en ese final en el que Emad, gradualmente, se ha convertido en “vaca”, es decir en bestia, lejos del excelente profesor y buen marido del principio. Es la metamorfosis del hombre en masa. Aquella masa impersonal que permite a los gobiernos llevar de un lado para el otro a todos aquellos que los siguen dando respaldo, tanto en forma democrática como dictatorial, la oportunidad de perpetuarse a gobiernos desgastados sin ninguna posibilidad de sustento electoral.

Asghar Farhadi es un director iraní que tiene tan solo cuatro películas en su haber en las cuales su denominador común es la opresión del individuo. “A Propósito de Elly” (2009), rodada en el norte de Irán, en las playas del Mar Caspio, fue su ópera prima donde encerraba a dos grupos familiares en una playa donde desaparece uno de sus miembros. En 2011 filma “La Separación”, film cuyo título describe el proceso de divorcio de una pareja casada bajo las estrictas leyes religiosas y civiles impuestas por las costumbres iraníes. En 2013, en “El Pasado” narra una melancólica historia de amor en Francia donde un marido abandona a su mujer para volver a Irán, y después, arrepentido, regresar a Francia a buscarla. Ahora vuelve con este gran film que acaba de ganar el Oscar al Mejor Film Extranjero en Hollywood, y que está a la altura de aquel que lo hizo famoso.

En “El Viajante” no solo es responsable de la dirección del film sino también de su guión, un guión muy bien estructurado donde nada queda sujeto al azar sino que todo tiene una relación exacta de causalidad y consecuencia. Pero Farhadi brilla en la puesta en escena. La película es cinematográficamente deslumbrante. La precisión de la puesta, la elección de la “Muerte de un Viajante” como contrapunto entre la realidad que viven los protagonistas y la ficción de los personajes de Miller, a tantos años, y miles de kilómetros de distancia tanto física como cultural, pero tan cercanos en esa crisis existencial que experimentan ahogados unos en un sueño de clase media inalcanzable, y los otros, en su sueño de normalidad y libertad perdida.


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